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Durón es el nombre de un paraje de la localidad de Belmonte de Gracián, situado en la margen derecha del río Perejiles. Es una prolongación en el espacio de la partida del Poyo de Mara, donde se sitúa Segeda I. Ambos yacimientos arqueológicos únicamente quedan separados por la carretera y la rambla de Orera, por donde discurre el límite actual de los términos municipales.

El topónimo Durón aparece ya citado en el siglo XII. Su muralla fue mencionada por Labaña en el siglo XVII y en el siglo XIX hay varias referencias sobre la aparición de mosaicos y monedas con la leyenda que actualmente leemos como sekeida. Pero va a ser Schulten quien en 1933 identifique estos restos con la ciudad de Segeda.

Tras la destrucción de Segeda I en el año 153 a. C. se construyó en Durón una ciudad de nueva planta, con claras influencias itálicas en el desarrollo de su urbanismo reticular y en los sistemas constructivos empleados: morteros y estucos en las paredes y mosaicos de opus signinum en los suelos de las habitaciones. Esta ciudad presenta características similares a otras que surgieron en el valle medio del Ebro, en un periodo que se sitúa en la segunda mitad del siglo II e inicios del I a. C. , como la Caridad de Caminreal o La Cabañeta del Burgo de Ebro, son las denominadas “ciudades de llano”. Como ellas cuenta con un sistema defensivo formado por una muralla que circunvalaba la ciudad, junto con un extenso foso, que en el caso de Durón supera los 50 m de anchura. En un momento, que debe adscribirse o a las guerras sertorianas, hacia el 73 a. C., o a los enfrentamientos entre César y Pompeyo, en el año 49 a.C., la ciudad de Segeda II quedó destruida y abandonada definitivamente. El centro geoestratégico que hasta entonces había capitalizado Segeda lo heredará la ciudad de Bilbilis Itálica, construida de nueva planta en el cerro de Bámbola, justo enfrente de la desembocadura del río Perejiles con el Jalón, a mediados del siglo I a.C.

El yacimiento arqueológico de Durón aparece claramente delimitado por el trazado del foso y de la muralla de Segeda II. En aquellos zonas donde estos sistemas defensivos no se han identificado, como en el flanco occidental, por donde discurre el río Perejiles, son las evidencias arqueológicas las que marcan la extensión de la ciudad.

La urbanización de Segeda II se acomodó al relieve de la terraza del Perejiles, desviando, muy probablemente, para construir la ciudad, un pequeño arroyo que atravesaba el suelo elegido. Por ello existen dentro de este espacio dos zonas de mayor altura, la situada junto al flanco oriental y la del extremo sudoccidental, donde se encuentra el denominado “Cerro de la Plata”, en cuya cota más alta pueden observarse en superficie restos de un mosaico de opus signinum y muros de mampostería con argamasa. El “Cerro de la Plata” ha sufrido una reciente destrucción al allanarse su mitad meridional para la construcción de un chalet.

Se pueden señalar dos zonas en el yacimiento, desde el punto de conservación de los restos arqueológicos. La mitad meridional la forman las fincas que pertenecieron al Conde de Samitier, aquellas que desde mediados del siglo XIX más han acusado los procesos de cultivo, con graves destrucciones de los restos arqueológicos, a juzgar por las evidencias superficiales y las noticias recogidas en encuestas orales. La otra mitad septentrional, da al tramo de muralla que se ha conservado hasta la actualidad, lo que parece haber protegido las estructuras arqueológicas. Es en esta zona donde las fincas conservan los aterrazamientos escalonados, disposición que puede ser un reflejo del antiguo urbanismo de Segeda II. [F. Burillo Mozota]

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